Escribe: Julio Antonio Gutiérrez Samanez
Pensar en Arguedas convoca un sentimiento trágico, una vida trágica entre la belleza exuberante del Perú
De niño sufrió el abuso la discriminación el atropello de su madrastra y de sus hermanastros, fue arrullado por una madre india que le enseñó a amar lo indígena.
Era un mestizo definido culturalmente como indio, un indio ilustrado, y como tal en sus ficciones literarias y en su actuar cotidiano pensó, ideó y vivió un Perú íntimo y verdadero. Como él mismo dijo al despedirse voluntariamente de la vida: Todo cuanto he hecho mientras tuve energías pertenece al campo ilimitado de la universidad y sobre todo fue el desinterés, la devoción por el Perú y el ser humano que me impulsaron a trabajar”.
William Rowe, un estudioso de la cultura y de la obra de Arguedas, afirma que después de Mariátegui la izquierda peruana había agotado su discurso dando pase al practicismo revolucionario, por mandato o consigna de sus centrales internacionales, relegando la teoría y sus sutilezas filosóficas, estéticas y culturales, se abandonó la especulación teórica por la “línea política del partido”. Se había abandonado el lugar de la enunciación, es decir el espacio donde se produce y articula el conocimiento, la reflexión, la producción intelectual con cabeza propia, para ejecutar irreflexivamente las consignas.
Arguedas rompió con ese modo de entender la realidad y continuó con sus estudios, con su tarea reflexiva, motejada entonces como culturalista, y, como antropólogo y literato, se adentró al entendimiento de ese mundo complejo que es el Perú. Consciente de que una cultura dominada y destruida tenía que reivindicarse desde sus propias bases, rompiendo ataduras, mordazas, hablando en voz alta con su propio estilo, en castellano y quechua; ya el indigenismo había abierto un surco clamando la liberación del hombre de los andes y preparando el caldo de cultivo para pensar y rehacer el mundo andino.
El Perú vivía la prolongación de la colonia con la feudalidad, la sociedad estaba dividida en señores, mestizos e indios; el indio era un siervo, que trabajaba sin salario, obligado por el látigo. Las haciendas se vendían con indios y todo, el gamonalismo era una forma cruel de explotación y abuso. Ante las protestas indígenas, la policía, el ejército y los matones del gamonal respondían con fuego de fusiles y metrallas, la historia del campesinado es una secuencia de masacres y masacres, la sangre del indio no valía nada. Muchas voces reclamaron justicia, pretendieron cambiar esa ignominia, pero sólo conseguían la represión, la cárcel, la tortura, el destierro o el asesinato.
El niño Arguedas vivió esa época triste y esa realidad es la que narra en sus novelas, en las que siempre está presente el dolor, el abuso contra los débiles, contra los indígenas.
Ya joven después de realizar sus estudios y después de una etapa de político que terminó con su confinamiento en el penal “El Sexto”(de cuya ingrata experiencia escribió una novela), tuvo la oportunidad de trabajar en la enseñanza escolar, nada menos que en un pueblo del departamento del Cusco, en Sicuani, donde llevó a efecto sus ideas críticas sobre la educación concebida como un proceso separado de la realidad social, decía Arguedas que los estudiantes estaban encerrados en grandes espacios o escuelas donde tenían que aprender balotarios de conocimientos en historias, matemáticas, lenguaje, geografía pero nada de lo que venía ocurriendo en la calle, en la ciudad, en el país o en el mundo. Él quiso cambiar de raíz esa situación y sin dejar de cumplir con los programas educativos buscó despertar la creatividad y el sentido crítico en sus estudiantes para que puedan pensar con cabeza propia, puedan crear libremente obras en literatura, historia narrativa y ensayo, y con esa generación privilegiada a la que forjó publicó una Revista : La Revista Pumaccahua (Sicuani, enero de 1940), en la que insertó los trabajos de sus estudiantes, los poemas, narraciones, comentarios sobre lectura de libros de creadores de esa época como:
Eguren, Jiménez Borja, Luis Valle, Fernando Romero, Vallejo y muchos otros creadores del momento.
Era la época en que por el gamonalismo no se podía educar al indígena, no había escuelas ni muchos maestros, sólo en los pueblos más importantes se alzaban las escuelas y colegios.
Arguedas es el prototipo del maestro abnegado de Perú, leamos lo que él mismo escribe:
“Los profesores se afanaban por lograr que los alumnos aprendiesen por lo menos hasta los exámenes finales, las numerosísimas cuestiones señaladas en el Plan Oficial. Olvidándose de una de las obligaciones fundamentales del profesorado: despertar en los alumnos la inquietud de investigar por cuenta propia, es decir, el despertar en la consciencia del alumno una íntima y profunda necesidad de saber, y un interés exigente de conocer a su país. Inquietud e interés que en un país como el Perú, resultan indispensables.” En otro párrafo escribe:
“Inducíamos a los alumnos a estudiar su país, a conocerlo bien; para que más tarde pudieran ser realmente útiles a la patria, dirigiendo o administrando con conocimiento y honradez lo que en suerte le tocará administrar o dirigir.”
Entre sus alumnos tenemos los siguientes
Blas Valerio Aguilar, de 15 años que escribe tres bellos poemas inspirados en las fiestas indígenas y en el terremoto que aquella vez había desolado el pueblo de Pomacanchi, este estudiante llegó ser un gran escritor que desgraciadamente murió joven, había preparado un Historia del Cusco Republicano que se perdió extrañamente sin haber sido editada y que había entregado a la municipalidad cusqueña cuando el Dr. Tamayo Herrera era Regidor de Cultura y aún no había escrito su: Historia social del Cusco Republicano.
Mario Aragón, poeta; Arturo Castro Loayza, poeta laureado de su generación; Alberto Caballero, escritor, Crisólogo Aparicio, Justo Ruelas Adrián Tuiro, Roberto Mendoza, Juan G. Delgado, Efraín Flores, Raúl Castelo, Manuel Cueva, Héctor Núñez del Prado, Oscar Meza, Federico Cárdenas, etc. (Por comunicación personal de la Profesora Nibia Barreda, supe que el distinguido arqueólogo Luis Barreda Murillo, también fue alumno de Arguedas en el Colegio Pumaccahua de Sicuani.)
Similar actividad hizo en el Colegio Guadalupe de Lima y también como maestro universitario de antropología y de Folklore, su vida fue la enseñanza, él decía haber nacido para eso.
Su obra magisterial está recogida y comentada en el libro: “Nosotros los Maestros” prologada por Wilfredo Kapsoli. (Editorial Horizonte, Lima 1986.)
Arguedas fue antropólogo e investigador, usó la Antropología para construir y dar alma a sus novelas, pero como científico social realizó una gran obra como publicista, escritor de ensayos y agudos comentarios acerca de las fiestas patronales indígenas, las costumbres, las creencias y sueños o el imaginario colectivo del pueblo andino. Sus trabajos se publicaban dentro y fuera del país desde los años 30, (más de 26 artículos fueron publicados en la Prensa de Buenos Aires entre 1939 y 1944) hasta las revistas, Peruanidad, Cultura y Pueblo, etc., que he traído para mostrarlas; aquí tenemos artículos sobre el folklore peruano, costumbres, fiestas, canciones, poemas: toda una explosión de peruanidad.
Algunos de esos artículos se recogieron en un libro sin sello editorial ni fecha de edición llamado: SEÑORES, MESTIZOS E INDIOS, que trata de las costumbres y la vida de los pueblos andinos en especial de la zona de Canchis y del Valle sagrado de los Incas. Arguedas escribe sobre el tejido, el charango, los ritos, canciones populares, las fiestas populares y la cerámica popular india en el Perú; este último es un bello artículo acerca del torito de Pucará donde hace alusión a la bella cerámica esmaltada o vidriada, indígena y a sus motivos de ornamentación como son los suches, el toro, la llama, la sirena, las piletas y símbolos de calvario de Cristo, etc.
Tiene, también, unos artículos interesantes sobre el Cusco y el destino que le toca vivir por ser la cuna de la cultura indígena y porque aquí se realizaron escenas trascendentales de la historia patria.
En el año 1964, cuando el Instituto Americano de Arte pidió que se estableciera la Casa de la Cultura en el Cusco, llegó el Dr. José maría Arguedas, para inaugurar la Casa de la Cultura en este mismo recinto histórico donde vivió el inca historiador presenciando la trágica historia de las guerras entre conquistadores. En la Revista del IAA Nº 13 (1992) publicamos una foto del escritor junto al artista grabador Miguel Valencia Cazorla, entonces presidente del Instituto.
Arguedas, como Miro Quesada, y los intelectuales cusqueños de esa época quería que este lugar sagrado que es la casa del Inca Garcilaso fuese un museo destinado a perpetuar la memoria del más insigne escritor peruano de todos los tiempos, un lugar de peregrinación y cultivo de su memoria y obra.
Arguedas fue un entusiasta alentador de la cinematografía cusqueña, comentó e con términos laudatorios las Películas de Gesta en 1957, del Cine Club Cusco, augurando el éxito del cine cusqueño, mucho antes de que se rodara y estrenara esa obra maestra que fue “Kukuli” (1961)
Los valores de su obra novelística han sido extensamente comentados en este año, yo diré solamente que mediante ellos los peruanos hemos aprendido a amar lo nuestro, nuestra tierra sus tradiciones sus hombre su geografía y hemos comprendido que tenemos que trabajar arduamente para salir del atraso, la miseria y la explotación.
Para Vargas Llosa nuestro orgulloso Premio Nóbel, la visión de Arguedas era arcaica, es decir atrasada, pueblerina, destinada a desaparecer y ser borrada por la modernidad europeo-norte americana que el admira. Pero la cultura que defendió ardorosamente el Amauta Arguedas está bullente en nuestros corazones, en nuestras canciones y en la vida misma del pueblo quechua, aimara, amazónico y en los mestizos que tenemos como orgullo el amor por lo peruano y andino, que es nuestra propia personalidad. Arguedas y su discurso socialista y andino está más vigente que nunca mientras subsista la explotación, la exclusión y la pobreza.
Alberto Flores Galindo, ese gran pensador que dio el sustento teórico y filosófico a la Utopía Andina y que decía que el estudio de la historia debía servir para liberarnos, vertebró su discurso a través del estudio de Arguedas y su obra, pensaba de él como el oteador de un Perú que estaba siendo construido por sus propios protagonistas: los desplazados, los vencidos, los que dejaron sus ayllus y comunidades, los pobladores de los cinturones de pobreza de las grandes ciudades, los explotados del sistema decadente de la explotación capitalista. Flores Galindo describe a Arguedas como un hombre puente entre dos mundos, de los mestizos y de los indios, entre dos culturas y dos lenguas; pues escribía y sentía como el Inca Garcilaso, en español y en indio, y que pudo columbrar, intuir o ver por encima del tiempo, la agudización de los conflictos de estos mundos, que terminarían en un atroz derramamiento de sangre y genocidio. La edad del Yawar Inti que ya Valcárcel había profetizado en su “Tempestad en los Andes” (1927).
La percepción de la insolubilidad pacífica de ese conflicto más sus propios conflictos existenciales y de salud, determinaron que aquel artista sensible en plena creación de su última novela “El Zorro de Arriba y el Zorro de abajo”, terminara trágicamente con su vida agónica y luchadora, generosa, extraordinaria, de intensa luminosidad.
(Conferencia dictada en el Museo de la Casa Garcilaso del Cusco a invitación de la Antropóloga Ana María Gálvez. Cusco 20 de mayo del 2011.)